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ÉTICA Y LIDERAZGO SOCIAL

La ética es para estar bien con uno mismo y el liderazgo es para estar bien con los demás, pero resulta que no se puede estar bien con los otros si no se está bien con uno mismo, y no se puede estar bien con uno mismo si no se está bien con los otros. Lo social arranca con la acepción del otro y la acepción del otro obedece a una proyección social. Creemos, con Edmond Jabes, que: “A dos pasos de mí, estás tú. A dos pasos de ti, está él. A dos pasos de él, estamos nosotros…” Para ratificar este contenido procede igualmente evocar la reflexión de Miguel de Unamuno, en su libro “Vida de Don Quijote y Sancho”: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, se nos dijo y no “ama a la humanidad”, porque esta es un abstracto que cada cual concreta en sí mismo, y predicar amor a la humanidad vale, por consiguiente, tanto como predicar el amor propio”.

El otro siempre es un factor de inclusión así como una rememoración de gratitud. Esta convicción se afianza con el relato de Antoine de de Saint Exupéry que nos cuenta que en una oportunidad tuvo un aterrizaje forzoso en el desierto; el accidente ocasionó que tanto él como su mecánico permanecieran días sin agua ni alimento. Cuando el delirio y el decaimiento se imponían, observó que un nómada de apariencia andrajosa se acercaba y con generosidad les ofreció su agua. La vivencia de Saint-Exupéry queda recogida con las siguientes expresiones: “Tú eres el Hombre y te me aparecerás con la cara de todos los hombres a la vez… Eres el hermano bien amado… yo te reconoceré en todos los hombres… Todos mis amigos, todos mis enemigos en ti marchan hacia mí, y no tengo ya un solo enemigo en el mundo”.

Este gratificante testimonio es revelador de las dimensiones humanas expresadas en el dar y en el recibir, al tiempo que nos hace vivenciar que “yo no soy yo solo” (Karl Jaspers). En rigor de verdad, todos podemos ser dadores y receptores: no existe ningún pobre que no tenga algo que dar, ni un rico que no tenga algo que recibir. En uno y otro caso siempre se presenta otro que nos ayuda incesante y oportunamente. Refuerza esta idea la estrofa de Friedrich Hölderlin: “Es hermoso encontrar el mundo en un alma, abrazar a la especie en una criatura amiga”. En efecto, cada vez que hemos sentido el encuentro humano repotenciamos la vida; sin embargo, muchas veces los propósitos se diluyen con la rutina que es atrapada por el tiempo. Olvidamos a menudo que cuando nos hacemos responsables por el dolor y la necesidad del otro, nos colocamos por encima de nuestros hombros y crecemos con una renovación de felicidad sin comparaciones. Verdaderamente, la felicidad producida por la solidaridad es solo comparable con la que se obtiene por un logro personal o por la redimensión de una situación gracias a la cual somos capaces de sacrificar una zona de seguridad por la ratificación de unos principios y valores. Dar es más importante que recibir, y darnos es más importante que dar. Dar es, en cierta forma, una manera sublime de recibir. “Si alguien nos da todo lo que tiene –decía Virgilio –nos hace enteramente suyos”. 

Cuando no se acepta al otro se vive una auténtica penitencia, como es la de no tener la vivencia de la compañía y la experiencia de la gratitud. Si mi realidad no incluye la realidad del otro, no será posible nuestra realidad. Solo existirán mi realidad y tu realidad por separado, con lo cual se perderá la oportunidad de ser mucho más de dos y de poder hacer mucho más de lo que podemos hacer aisladamente. Además, cuando no se acepta al otro corremos el riesgo de no permanecer porque, al final, cuando dejemos de estar, solo quedará aquello de lo que fuimos capaces de hacer por el otro. Las inadecuadas relaciones con el otro no solo pueden proceder de encontrarnos demasiado distanciados de él, sino también de que estemos muy cerca de él. La cuestión puede ser esbozada así: algunas veces la cercanía se caracteriza por estar dándonos la espalda o por estar enfrentados en un cuerpo a cuerpo. El asunto no es si podemos hacerle el bien al otro, sino si podemos darnos el lujo de no hacerlo. Para responder a esta inquietud se impone admitir que las relaciones con el otro operan según una “cuenta corriente emocional”, con depósitos, extracciones y recapitalizaciones. Al final, somos lo que somos capaces de hacer por el otro y de aceptar de los otros. Nos convertimos en lo que somos a partir de la apertura ante lo que han llegado a ser los otros y a cerrarnos ante lo que descartamos del otro. El otro no es un término de comparación sino de aceptación. Compararse con el otro es retórica, mientras que compararse con uno mismo es un desafío. Con palabras de José Antonio Marina, cabe decir que: “Yo me conozco y llego a ser yo mismo solo al manifestarme para el otro, a través del otro y con la ayuda del otro. Los actos más importantes que constituyen la autoconciencia se determinan por relación a la otra conciencia”.

La conciencia del otro es primordial para el ejercicio de la ética y para el desempeño del liderazgo, pues ambas actitudes comienzan efectivamente cuando entra en escena el otro y los otros. “Lo que me reúne conciliatoriamente con el otro (sin extirpar mi divergencia polémica con él) –dice Fernando Savater- me devuelve también la integridad de mí mismo, mí totalidad abierta. No hay ética más que frente a los otros: se trata de un empeño rabiosamente social”. Tanto la ética como el liderazgo se ejercen en primera persona del singular y solo en el marco de las relaciones con los otros. Somos seres en permanente interacción y, en consecuencia, la evaluación de nuestros actos no es independiente de nuestras relaciones.  Nos llenamos o vaciamos, sumamos o restamos, en función de las relaciones, y esta es la razón por la cual cuando nos referimos a los otros como “ellos”, el corazón se nos cierra, mientras que cuando hablamos de los otros como un “nosotros”, el corazón se nos abre. En este juego interdependiente experimentamos que la mejor manera de evitar sentimientos de vacío o sensaciones de oquedad es ayudando a otros. “Si contribuyes a la felicidad de otras personas -decía el Dalai Lama- encontrarás el auténtico significado de la vida”. Inspirado en este espíritu, nos sentimos obligados a evocar un fragmento del célebre poema “Piedra de sol” de Octavio Paz. Dice el poeta: “Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia… no soy, no hay yo, siempre somos nosotros”.

Tener conciencia del otro exige un esfuerzo de concreción y contextualización. Desde esta perspectiva se entiende que el derecho de cada uno representa el deber de los demás, y el deber de cada uno constituye el derecho de los otros, en consecuencia, nadie en particular es más importante que todos en conjunto. Pero generalmente se habla del otro en abstracto, como si fuese alguien que formara parte de una definición genérica que solo existe en la mente, cuando lo real es que el otro es, principalmente, aquel que yo veo y puedo tocar, aquel que pasa a mi lado y comparte una misma fila para entrar a algún sitio. Aquel que está a mi lado en cuerpo y presencia, aunque también es el que está ausente pero existe en la realidad. Incluso es quien puede existir en el porvenir. Con razón Adela Cortina, en su libro “Ética”, comenta que “hay problemas morales que solo pueden ser enfrentados si las personas son capaces de ponerse en el lugar de cualquier otro, incluyendo también a las generaciones futuras”. Ante esa existencia real o potencial del otro conviene asumir una apertura que, según Norbert  Bilbeny, “requiere un esfuerzo mental en dos tiempos. En el primero es como si respondiera a la pregunta: ¿Qué pasaría si yo tuviera la situación y el punto de vista del otro?… Pero al mismo tiempo la apertura de mi yo al otro es una contestación a la pregunta: ¿Qué ocurriría si el otro se encontrara en la situación y el punto de vista que yo tengo? Con esta interrogante me preocupo por mí, pero no menos por aquél, que aunque sea en el orden de mis intereses también tengo en cuenta por él mismo“. Cuando relacionamos estos tiempos con la exigencia particular de pensar en el otro como alguien que está cerca y que puedo ver, se nos viene a la memoria el siguiente párrafo bíblico: “Como no es posible que un individuo alivie las necesidades de todos, no estamos obligados a aliviar a todos los necesitados, sino solo a aquellos que no podrían ser socorridos si nosotros no les diéramos socorro” (Lucas, 11:41). Es justamente dentro de este marco donde calza el aforismo de Gandhi: “El amor es la fuerza más fuerte que posee el mundo y sin embargo es la más humilde que se puede imaginar”

Por Víctor Guédez

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